miércoles, 2 de febrero de 2011

Heridas de domingo


Sueños épicos, macerados
en noches sin anestesia,
llegan tópicos a la primera luz del atardecer.
Alérgicos a la cadencia de lo cotidiano
besan fugazmente el papel
mientras bailan aferrados
al dulzor del desengaño,
a la nostalgia hecha tango de un vinilo de Gardel.

Luciendo calcetín blanco
violan el derecho de admisión.
Cierran los ojos.
Aprietan los dientes.
Rehuyen el compás rutinario del segundero,
atrincherados en la penumbra de tu habitación.

Temerarios cual crupier sin misivas que leer,
con descrédito al contado,
 sin más fichas que mover.
Asisten apáticos
a la metamorfosis del púgil vigoréxico
en busca del sueño nacional.

Mientras, en el asilo a la hora del baile,
un réquiem castiga violentamente
la mandíbula del dial.
Bailarines octogenarios interrumpen su danza,
detienen el paso.
Anoche murió la diva demente y senil
que iluminaba las horas de gloria
en los extintos cines de barrio.

Fotogramas acostumbrados
a perder más de un instante,
revelan sus heridas a la sombra del ocaso.
Parapetados en el regazo de la semana
escuchan secretos con altavoz, proclamas de naufragio.
Atónitos, descubren entre la arena
de un viejo costal,
maderas de deriva, momentos sin retraso,
esperanzas contenidas
en flashes, destellos, fogonazos.

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