miércoles, 2 de febrero de 2011

Heridas de domingo


Sueños épicos, macerados
en noches sin anestesia,
llegan tópicos a la primera luz del atardecer.
Alérgicos a la cadencia de lo cotidiano
besan fugazmente el papel
mientras bailan aferrados
al dulzor del desengaño,
a la nostalgia hecha tango de un vinilo de Gardel.

Luciendo calcetín blanco
violan el derecho de admisión.
Cierran los ojos.
Aprietan los dientes.
Rehuyen el compás rutinario del segundero,
atrincherados en la penumbra de tu habitación.

Temerarios cual crupier sin misivas que leer,
con descrédito al contado,
 sin más fichas que mover.
Asisten apáticos
a la metamorfosis del púgil vigoréxico
en busca del sueño nacional.

Mientras, en el asilo a la hora del baile,
un réquiem castiga violentamente
la mandíbula del dial.
Bailarines octogenarios interrumpen su danza,
detienen el paso.
Anoche murió la diva demente y senil
que iluminaba las horas de gloria
en los extintos cines de barrio.

Fotogramas acostumbrados
a perder más de un instante,
revelan sus heridas a la sombra del ocaso.
Parapetados en el regazo de la semana
escuchan secretos con altavoz, proclamas de naufragio.
Atónitos, descubren entre la arena
de un viejo costal,
maderas de deriva, momentos sin retraso,
esperanzas contenidas
en flashes, destellos, fogonazos.

Mil versos vale una imagen

Mil versos vale una imagen nace, como cualquier opera prima, desde la más absoluta ingenuidad.

Desde este espacio, poesía y fotografía avanzan de la mano con la humilde pretensión de rasgar verdades, hilar historias y coser mentiras.
Creemos ciegamente en lo sencillo. Es por eso que no pretendemos echar mano de grandes sentimientos ni someternos a encorsetados preceptos formales.

Aitana Alonso se ocupa de las imágenes.
La cámara siempre ha sido una prolongación de su iris añil. Con ella encañona, sin temblores de pulso ni de conciencia, cualquier emoción o sentimiento. Sus instantáneas hablan a través de ella con fuerza y claridad meridiana.

Con vuestro permiso, me presento tirando de reverencia teatral.
Me llamo Alejandro Mondelo y pago las letras.
A mis diecinueve, la palabra poema me produce más vértigo que placer. Por  esa razón, me esmero en disfrazar mis líneas de canción huérfana y desnuda. Sin melodía, compás ni estribillo.

Con cuatro frases os conocimos y con tres  nos despediremos.

Os decimos adiós ávidos por seguir rimando y fotografiando a ras de suelo. A nuestro modo de ver, a esa altura sucede lo más interesante y es allí donde deseamos, con la última noche de cada mes, volver a encontraros.